Refugiadas y olvidadas en Grecia
A finales del 2018, más de 70,8 millones de personas en todo el mundo habían huido de sus hogares para dejar atrás la guerra, la violencia y la persecución. Entre todos ellos, 26 millones de refugiados cruzaron las fronteras de sus países por tierra y mar para sobrevivir y, según los informes de ACNUR, se estima que el 50% eran mujeres y niñas. En tiempos de guerra, sus cuerpos se convierten en moneda de cambio, los matrimonios forzados con menores son considerados una vía de escape y la violencia sexual es un crimen que pasa desapercibido entre la barbarie.
Su situación no mejora mucho al llegar a los países europeos. Cuenta Teresa Mendi, coruñesa de la ONG AIRE, que en el centro de maternidad de Elna, constituido en 2018 en Atenas por un consorcio de la ONG, «todas las mujeres refugiadas que llegan han sufrido algún tipo de violencia sexual desde que salieron de sus hogares», y que la existencia de leyes para protegerlas no implica su cumplimiento, especialmente cuando «el sistema está tan saturado». Y es que en lo que va de año casi 9.000 personas se han refugiado en Grecia. La mayoría huyen de los conflictos bélicos, pero las mujeres también escapan de la violencia machista, los abusos sexuales, los feminicidios, la ablación y sus familias». La mujer siempre es la más abusada en situaciones de miseria.
«El sistema está funcionando tan mal y está tan saturado que las que han sido abusadas tienen que dormir junto a quien las abusa, y no se respetan las leyes» explica Mendi, que afirma que la suspensión de las solicitudes de asilo de refugiados, anunciada por el gobierno griego, es «una violación de los derechos humanos», y que la Unión Europea «lo único que está haciendo es eludir sus responsabilidades respecto a sus obligaciones humanitarias: «El pueblo griego siempre fue acogedor, pero los gobiernos generan miedo entre los ciudadanos con la excusa de la falsa seguridad. Y el miedo da poder».
La situación es siempre peor para las embarazadas y para las madres que viajan solas. En el centro de Elna, más de un centenar de voluntarias de hasta diez nacionalidades diferentes se ocupan de ofrecer una atención integral a 85 mujeres, bebés, niños y niñas, pero Mendi recuerda «que lo que ocurre en Grecia es una gota en un océano», y que «son millones las que necesitan ayuda»: «Desde el año pasado hemos atendido 26 nacimientos, emancipado a 27 familias y reunificado a otras 10. A quien conseguimos ayudar le cambiamos la vida, pero esto no es nada en comparación con toda la gente que vive esta situación».
A Elna llegan aquellas mujeres que no se han registrado para no ser retenidas en el país y evitar entrar en los campamentos. En consecuencia, no existen a ojos de las autoridades y los gobiernos. «Es normal que no quieran ir a los campamentos. Una persona puede llegar a vivir hasta tres años allí, sin nada. Es una vida miserable. Tres años sin electricidad en invierno, sin mantas, sin colchones. Sin salubridad, sin atención sanitaria ni productos de higiene. Sin recogida de basura. Y esto está ocurriendo aquí, en Europa», afirma la activista, que detalla que los campamentos de refugiados griegos «están al lado del Ikea de Atenas».
Hace ya cinco años que la imagen del pequeño Aylan, una de las 20.000 vidas perdidas en el Mediterráneo desde el 2014, recorrió todas las portadas y pantallas del mundo. Su historia puso cara a la crisis humanitaria más trágica del siglo, e hizo que muchos despertasen de su letargo y decidiesen cambiar las cosas. Fue por aquel entonces cuando surgió la ONG AIRE y un grupo de bomberos de Arteixo decidió actuar. A día de hoy, sus iniciativas siguen salvando vidas pero, según Mendi, «la sociedad se ha vuelto insensible a la tragedia». «Esta semana hemos vuelto a ver fotos de niños ahogados en las playas. Pero se ha normalizado. La gente es consciente, aunque ya no le duele», concluye.
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